El gran hombre de la habitación lanzó un grito furioso con tal magnitud que despertó a todo el vecindario. Sin embargo la gente ya estaba acostumbrada a ese tipo de comportamientos provenientes del apartamento 908 de la torre 6, así que rápidamente todos volvieron a dormir. Lo raro esta vez es que no se escucharon lágrimas, pero sí un estruendo fuerte, como cuando se golpean dos rocas. Después de un tiempo se desató una terrible lluvia de papeles. Era difícil leerlos, la rabia desbordaba en cada letra, no obstante, forzando los ojos se alcanzaba a ver:

"Déjeme decirle, señor (porque si le digo de otra forma posiblemente se ofenda), que la verdad ya no me interesa qué tan alto grite o qué tan fuerte dirija sus manos hacia mí como lo hacía cuando yo tenía 6 o 13 años. No. Para su sorpresa, ya no le tengo miedo.

No sé si me vaya a tildar de rebelde (como siempre), pero la verdad espero que algún día se dé cuenta de que a todo eso que usted le dice rebeldía son las simples muestras de desaprobación de su (cada vez más cerrado) pensamiento conservador chocando cada día más con alguna opinión o comportamiento mío.

Dígame qué es lo que pretende con sus gritos enfurecidos, tirando palabras como piedras envueltas en medias de tela. Pero antes de que responda y atreviéndome a adivinar lo que dirá: No señor, eso no me va a "calmar"..."

Hasta ahí iba el primer papel. Para generar aún más conmoción, cada una de esas hojas de color amarillo quemado que volaban por el aire seguían un patrón. Algunas estaban más arrugadas que otras, habían algunas que incluso estaban quemadas, o fragmentadas, o hasta tachoneadas.

"¿A qué jugamos entonces? Debo suponer que realmente tengo que ser de esas que desbordan hipocresías por mantener una imagen conservadora para no generar más problemas, ¿o qué?, porque si es así, discúlpeme, pero ya jugué bastante tiempo el mismo juego y créame, las cosas no salieron bien ni para usted ni para mí. A usted no le gustaba enterarse de qué era lo que hacía el ángel de su casa y a mí no me gustaba tener que fingir y seguir bailando al ritmo de sus hilos cual marioneta..."

En cada trazo se sentía más el odio, la rigidez de la mano que sostenía el bolígrafo, y la tensión y el esfuerzo del papel.

"Toda la vida me enseñó a vivir con miedo, caballero, y no se lo niego, le funcionó. Pero ya fue suficiente, ya no sigo siendo la pequeña que con los ojos cerrados pretende hacer como si no pasara nada y ante todo se convence de que mañana todo va a estar bien.

Se me acabaron los parches, señor, y las ganas de seguir con esa mentira también..."

Tal vez el escenario hacía que se vieran cada vez más y más dramáticas las cartas, porque ya podía asumirse que eso eran, pero llegó un punto donde incluso podía verse cómo las retumbantes palabras se salían y empezaban a pegarse en los bolsillos, zapatos, abrigos y sombrillas de la gente. En eso, casi como uno de esos relámpagos certeros que aterran a los niños y los hacen correr al seno de sus madres, calló la última hoja. Esta era diferente, no sólo el increíble sonido lo evidenció, sino también su color amarillo aún más quemado con esquinas rotas, arrugas por todos lados, quemaduras entre letra y letra, y los rotos ocasionales por el esfuerzo del papel.

"Yo quiero tomar mis decisiones, ¿por qué tengo que tenerle miedo a alguien?, ¿por qué tengo que esperar a que quiera lo que yo para que al fin logre entenderme?"

Todo en esas últimas palabras era diferente, su redactor no era el mismo, por lo menos no en su totalidad. Había un patrón de letras distinto y la caligrafía estaba combinada con otra un poco más vulgar. ¿Qué podría haber sucedido?

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