Empezó como todo lo bueno, de forma inesperada y silenciosa. Recuerdo que hundiéndome en ti empecé a encontrarle sentido al “si lo que quieres es huir, escribe”.

Llegaste, y poco a poco las noches se redujeron a ver el cielo por un balcón, escuchar tu voz, desenredarme desenredándote, encontrándole belleza a esos cerros y personas aburridas que pasaban preocupadas, de las que tanto nos burlábamos, y mostrándole a todo el vecindario nuestras habilidades para el canto. Recuerdo llegar al punto donde pensar en nada significaba pensar en ti, a cada momento, en cada lugar; sonreír cada vez que se me atravesaba un “boluda” o un “sos perfecta” por la cabeza, y no querer nada o a nadie que no fueras tú; si leía, te recordaba, si escuchaba algo, te recodaba, si no quería hablar con nadie, hablaba contigo. Sí, te amé, te amé como nadie te ha amado antes o podrá hacerlo después.

Luego de un tiempo, quererte llegó a volverse narcótico, volaba, sentía más fuerte, creía en utopías; todo parecía una alucinación mía, porque era perfecto, sabiendo que la perfección que nosotros planteábamos era diferente a la que el mundo definía.

Gracias a ti me di cuenta de todo lo que había dejado pasar por pensar en cosas efímeras, así que como es lógico, empecé a cambiar como era y como veía las cosas, y gracias a eso entablé una fuerte adicción a todo lo que eras, todo lo que significabas y a lo que lograste hacer que viera.

Te di todo lo que estaba a mi alcance, moví infiernos, bajé cielos, me involucré con el odio, destruí purgatorios; con el objetivo de que tú estuvieras bien. Saber que mientras yo hacía todo esto por ti, tú difamabas tu tierra diciendo que yo te encantaba más que ella, o que me amabas como nadie lo hacía, y quedándote con esos demonios/ángeles (o como los quieras tomar) que te puse en frente por la ilógica razón de querer alcanzar el ideal de felicidad que me planteabas, duele, decepciona, y me hace creer que hubiera sido mejor si no hubiera hecho nada, a ver qué tan diferente serías ahora, a ver si volverías a ser capaz de mentir de esa forma. Entendí que efectivamente “es mejor ser adicto a un objeto: el cigarrillo, el periódico, el cine, el ordenador, la comida, que ser adicto a una persona”, ya que no sabes de qué puedes ser capaz. Miré hacía la derecha y vi que desaparecías, grité con todas mis fuerzas y noté que no me oías, sin embargo me quedé e intenté que algo valiera la pena, porque me apegaba cada vez más del recuerdo que tenía de ti.

Ahora cada noche busco fuerza para entender que estoy mejor sin ti, que “no tiene sentido volver encontrarme de nuevo contigo”, que “estoy tratando de olvidar diciembre que no, y enero que igual”, que me cada vez que planteo preguntas retóricas acerca de los sucesos que tanto me persiguen, ya no existe alguien que las quiera o pueda contestar, y que finalmente lo único que quiero ahora es fuerza, para “aliviar el dolor de tanta ilusión de un sueño que creció conmigo”, que todo es mejor así y que espero que ese caótico ser que a mi parecer eres ahora, se de cuenta que es todo lo que juró jamás ser, y que ojalá tus intereses o deseos personales nunca más pasen por encima de otra persona, dejándola como me dejaste a mí.

Sin dolor, con nostalgia y con ganas de olvidar.

-Paloma.

Nuestra historia.
Regresar al inicio