Fueron ásperas y largas las noches en las que te recordaba, el reloj y las horas se movían a tu antojo, la complicidad para arruinarme era evidente. Aún después de creer que las cicatrices desaparecen con aspirinas o antidepresivos, seguía viendo cómo en las madrugadas se asomaban un par de gotas coquetas que me invitaban a evocarte. Era ahí cuando volvía al abismo predilecto.

No entiendo cómo sigues teniendo esa capacidad tan abrupta de desempolvar capullos y hacer brotar mariposas de ellos, ¡explícame!, y de paso dime cómo haces para que las palabras bailen tangos cada vez que las dices, o cómo mueves el alfabeto de tal forma en que las letras se deleitan cuando las escribes. Qué habilidad tan envidiable. Me disparas con silencios y me reparas con el sonido de tu lengua frotando suavemente tus labios.

He intentado todo, enterrarte, quemarte, guardarte, moverte, en fin, incluso intenté, en actos valerosos, desprenderte de mí pedazo por pedazo, pero debo confesar que no ha resultado nada productivo, es más, ha sido contraproducente, porque en la ternura del fuego que acorrala mi cerebro algunas noches, esos fragmentos arden mucho más fuerte que el mismo infierno. Podría decir que han sido meros actos de valentía, pero la verdad es que a este espectáculo sólo puede llamársele cobardía, fina e intensa cobardía.

Qué lógica tan absurda tengo, y lo más gracioso es que en medio de todo me creo las mentiras que intento reflejar. Soy tan racional que al ver que se avecina la tormenta, salgo corriendo a ver si logro estar en el ojo del huracán. Qué "valentía" la mía. Ya hasta parece un patrón: estás, me muero, te vas, me matas, vuelves, revivo, te forso a irte, me matas de nuevo, te llamo con la mente, me pintas flores. Mi absurdo e infantil miedo va en aumento, ya no sé qué otra mentira inventar, qué otro hoyo cavar; quisiera irme hasta que no se me mueva el mundo cuando dices mi nombre, ¡ah!, no quiero evaporarme ante cualquier rayo de luz o calor.

Sigo atreviéndome a prender o apagar un centenar de velas si fuera necesario, qué desgraciado y maligno infortunio.

-María Paula.

Regresar al inicio