Martina, Martina

Pobre Martina, se pierde en los canales de su propia cabeza, ya se le ha vuelto costumbre embarullarse por causa de los demás. El mundo se mueve a su al rededor tan rápido, que a ella sólo le resta saborear cada esquirla que va apareciendo entre su ropa y su piel, e ir corriendo de tren en tren; porque parece que a Martina los trenes se le van, porque al final del día siempre la encuentro en la misma estación reflexionando a oscuras con los ojos cerrados y llena de gente que la jala y se enreda en su pelo. Martina color marrón, ¿por qué te gusta darte tan poco valor?...

Martina, Martina, yo sí puedo ver qué cargas en esas esferas, yo sí soy consiente de lo que te acompleja, de lo que te pesa, pero tienes que entender que tú misma te has encargado de llevar en las vértebras susurros ajenos que deterioran gradualmente tu equilibrio; ¿por qué te empeñas desmesuradamente en demostrarle a los pasajeros de los trenes en los que te subes que tú eres capaz de sostener también sus susurros?. No comprendo cómo haces tantos malabares con ese montón de esquirlas y pretendes salir ilesa, Martina linda, si ambas sabemos que pocas veces funcionan los epitafios y sepulturas que camuflas bajo el teclado para ocultar las heridas.

A Martina le gusta esconderse detrás de los trenes, en ocasiones se cuela en uno que otro vagón, pero pocas veces ha durado lo que desearía estar en ellos; la mayoría de veces se baja llorando, o la tiran, se arrastra, o ella misma en actos de "valentía", decide quedarse un poco más para ver qué tanto puede resistir; quién sabe qué quiere probar. La tierna Martina me cuenta estupefacta que incluso hay trenes en los que la han mirado con asombro y admiración, se han cuestionado acerca de lo que hay más allá de ese par de somníferos grandes que resaltan en su cara, pero en el momento en que ella empieza a involucrar sus sentimientos, que logra despejar el cielo y mostrar las auroras que crea, los mismos pasajeros, sin saber qué hacer con todo lo que Martina conlleva, y con la prevención de tener que ser hipnotizado y arrastrado por la lucidez de su ser, se encargan de destrozarla y desgarrarla, dejándola de nuevo a la deriva y con autoconceptos completamente diferentes. Por esto, Mi pequeña y grande Martina, se ha terminado creyendo todo eso que dicen que es, y en medio de su mente y su cuerpo, algo se ha ido muriendo.

¿Por qué dejas que se roben los colores de tus auroras, Martina divina?, no tienes por qué seguir jugando a ser valiente, no tienes por qué seguir tapando el sol con suspiros, mucho menos dejar que tu cuerpo se llene de aluviones... No entiendo cómo logras jugar contigo misma de esta manera, cómo es que el coraje te alcanza para fingir que puedes con todo, cómo te mientes a ti misma con temas tan delicados.

Martina no es tonta, ella sabe perfectamente en qué juegos se involucra, incluso al jugar tiene en mente los posibles movimientos de su contrincante, pero como ya es común, se deja llevar y permite que su oponente tenga la delantera. El problema de esto es que a veces ella no guarda las proporciones y empieza a jugar con cosas más grandes que ella misma, dejándola con secuelas cada vez más hondas y notorias.

Martina preciosa, ¿cuándo vas a entender que el amor no es un juego, y que en ti la mente y la dopamina trabajan más rápido y en mayor cantidad que en una persona común?, deja de hacerle ese daño a tu cuerpo, que cada vez te queda menos de ti; deja de confundir las cosas, aclara tu mente y rellena esos huecos, porque ya hasta las venas te cuelgan.

Para Martina nada es lo suficientemente grande, ella hace de las suyas y con chasquidos logra lo que quiere, por eso a pesar de todo, yo la sigo adorando, escribiéndole y apostando por ella.

Intentos de carta y narración. Como siempre haciendo malabares... En fin, esto es para ti, Martina color sol.

–María Paula.

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