Muy pocas veces estoy orgullosa de lo que escribo. Cada que releo alguna entrada, alguna nota en mi bitácora o algunas frases sin sentido en mi celular, me pregunto qué especie de pseudo escritora imaginaba que era, o en qué estaba pensando cuando creía que debía publicar y compartir con los demás ese montón de ideas enredadas.

Antes creía que escribir servía de salvavidas, refugio y hasta cura, para lo que sea que estuviese pasando, incluso me creía sobresaliente en el campo; y sí, así era. Sin embargo ahora no es lo mismo. No recuerdo cuál era mi estilo, ni siquiera sé si es que tenía uno. Ya no siento fluir las palabras tan fácil, se traban entre la garganta y los dedos; ahora se me dificulta expresar las ideas.

Me da risa (esa risa irónica y nerviosa) que antes tenía perfectamente claro qué era lo que me hacía diferente a las no sé cuántas personas que veía día a día. Tenía claro por qué, aunque suene egocentrico, ninguna de esas personas era como yo, o podría llegar a serlo. Entre esa distinción o ese conjunto de características tan especiales que tenía, se encontraba mi grandísima habilidad de manejar a mi antojo las combinaciones del alfabeto.

A veces me pregunto si esa yo de hace algunos años, esa con la confianza de un super hombre, estaría orgullosa de lo que soy ahora, haciendo las cosas sin encontrarles sentido alguno, sin pasión y sin ninguna reflexión introspectiva escondida entre líneas. Es triste ver que incluso ni mi yo de ahora se enorgullece de lo que pretendo hacer día a día.

-María Paula.

Regresar al inicio